A lo largo de la Protohistoria conocemos dentro de Euskal Herria diferentes tipos de monumentos funerarios, si bien todos ellos tienen en común el que en su interior albergan las cenizas de los muertos. En estos tiempos la inhumación ha sido sustituida por la incineración, depositando en los lugares funerarios la totalidad o una parte de los restos de la combustión. No sabemos sin embargo de momento ni la ubicación ni las características de las necrópolis correspondientes a los poblados guipuzcoanos. No obstante, algunos de los recintos fortificados próximos a nuestro territorio, nos han proporcionado información sobre los lugares en que depositaban los restos incinerados de los cadáveres, utilizando estructuras de tipo cista (La Hoya en Biasteri) o necrópolis de Campos de Urnas (La Torraza en Balterra o La Atalaya en Kortes, entre otras).
Los trabajos de prospección que estamos llevando a cabo en la actualidad están encaminados a la localización de estas necrópolis en las que permanecen los restos de los habitantes de los poblados que hoy conocemos, y que suelen situarse en zonas próximas a los lugares de habitación .
El fenómeno funerario de los "cromlechs pirenaicos", contemporáneo a estos hábitats fortificados, no nos resuelve sin embargo el problema de las necrópolis de los poblados. Estos círculos denominados "baratzak" o "mairubaratzak", cuyo número supera el millar, no se localizan en las proximidades de los poblados, sino que se extienden a través de los cordales pirenaicos dentro de un espacio geográfico muy definido y cuyos constructores vivirán probablemente en los territorios comprendidos entre el río Leizaran y el Principado de Andorra, no sólo en las zonas montañosas más elevadas en donde se levantan estos círculos sino también en áreas prepirenaicas con mejores condiciones de habitabilidad.