Las gentes que a lo largo de la Edad del Bronce pueblan el territorio de Gipuzkoa se asientan en lugares de los que hoy apenas disponemos de información. Aunque la entidad de esos enclaves debió ser escasa, en su seno ya venían gestándose una serie de cambios en los campos de la agricultura, la ganadería y la metalurgia principalmente.
Hay que esperar, no obstante, al comienzo del primer milenio anterior a nuestra Era para constatar de forma clara la importancia de las transformaciones en curso. Nos encontramos inmersos en una sociedad rural en la que el desarrollo agropecuario ha alcanzado un notable incremento. A su vez, los adelantos tecnológicos aportarán considerables innovaciones según avance el milenio.
Es en este tiempo cuando se crea un conjunto de núcleos más o menos importantes según los casos, en los que puede apreciarse un alto grado de organización y desarrollo. Aunque de momento tengamos que referirnos a concentraciones de tipo protourbano, ya están presentes algunas características que hacen que no podamos considerar a estos núcleos como simples agrupamientos de población. Se trata de recintos fortificados, enclavados en puntos estratégicos en los que se ha invertido gran cantidad de trabajo para su construcción. Prueba de ello son los trazados de sistemas defensivos, bien diseñados, que delimitan espacios de entre menos de una hectárea y 18 hectáreas en función de las necesidades de cada grupo. Pero si, una vez elegido el enclave, el coordinar todos los trabajos precisos para realizar obras colectivas de estas características requiere de un notable nivel de desarrollo, éste se hace más patente en el interior de estos recintos.
Los restos de estructuras constructivas que poco a poco van proporcionando estos yacimientos, su distribución, y los materiales asociados a ellas nos están permitiendo reconstruir las formas de vida de estas gentes consideradas como el último eslabón de la Prehistoria pero que, tal vez, habría que tratar más bien como el primer paso de la Historia.
Las viviendas compartimentadas en recintos diferentes, los grandes recipientes cerámicos para almacenar variados productos, las numerosas formas de vasijas para otros usos, instrumentos y aperos de labranza fabricados en hierro según avanza el milenio, adornos en bronce, vidrio y un largo etcétera nos ponen en contacto con estos grupos que ocuparán la totalidad del territorio desde el mar hasta los cordales que marcan la divisoria de aguas atlántico-mediterránea, agrupados en pequeños núcleos o poblados fortificados y que probablemente convivieron con asentamientos aislados y con otros de montaña de forma estacional.