Apostolado y piedad
Los arquitectos Laorga y Sáenz de Oiza habían concebido el trabajo escultórico como un todo integrado en la arquitectura; así lo hacen constar en un Informe emitido sobre la Basílica. En la concepción del proyecto prevén la ejecución de obras de pintura y escultura no como decoración sino como parte consustancial de la creación total del conjunto de Arantzazu. Pintar y tallar en Arantzazu, continúan los arquitectos, es totalmente necesario. Sin este trabajo quedaría el proyecto sin acabar, desprovisto de sentido y de vida.
Para la fachada del templo los arquitectos proyectan no imágenes devocionales, cargadas de fe y de piedad, sino objetos artísticos sugerentes y referenciales, cargados de valores estético-decorativos. Gran parte de la polémica suscitada por estas obras de arte reside precisamente en la no comprensión de estas funciones y en quererles atribuir otro sentido.
La elección de los artistas, indican también los arquitectos, no fue caprichosa ni a dedo, todo se hizo con asesoramiento y consenso de todas las partes comprometidas y además por concurso público. D. Secundino Zuazo, arquitecto del más alto prestigio español, y D. Daniel Vázquez Díaz, el pintor español laureado con las más altas recompensas, así como gran parte de la Comunidad de Padres Franciscanos avalaron esta empresa.
Pues bien, el escultor Jorge Oteyza comenzará a trabajar en este proyecto el año 1950 en un taller que encuentra a las afueras de Madrid, en la calle Fernández Cano, 3, de la Ciudad Lineal, según asegura la historiadora Paula Eraso. Oteyza se presenta y es reconocido en estos momentos como un escultor vanguardista y su obra se codea en muestras y exposiciones, proyectos y bienales con la de Ferrant, Ferrera, Serra, Miró, Alberto y Moore. El escultor se hallaba enfrascado en su "Interpretación estética de la estatuaria magalítica americana" (1952) y proponía a los artistas tanto americanos como europeos la creación de un nuevo arte mundial siempre a partir de la recuperación de lo autóctono, de lo más próximo y cercano en nuestra sensibilidad plástico histórica.
Oteyza propone un Apostolado compuesto por 14 figuras, dada la amplitud del frontis, y da un carácter simbólico a las mismas: Apóstoles debemos ser todos, no sólo los 12; 14 remeros tienen una trainera y la Iglesia es una nave; en el centro, dos de las figuras se abrazan, dando solución cristiana a la angustia que circula en el conjunto. El mismo escultor lo explica en un informe técnico: "Hay como un solo retrato teológico del Apóstol en 14 piedras, en 14 posiciones complementarias, que se unen sólidamente entre sí y con las dos torres, expresándose, desprendiendo, emergiendo, del mundo y de la carne, guiados por una imagen, en lo alto del tablero mural, de la Asunción de la Santísima Virgen". Y poco más adelante indica Oteyza, que aquí todo está concebido como una lucha antagónica de peso, lo que pesa hacia abajo y lo que pesa hacia arriba, que se resuelve a favor del espíritu. Aquí todo pesa hacia arriba, pierde siempre la carne.
La realización de la obra estuvo precedida por cantidad de bocetos y maquetas, muchas de ellas en yeso. Sus variantes e invariantes demuestran el espíritu experimental e inquieto de este escultor que tuvo que luchar durante toda una década para tratar de plasmar sus ideas. Sus contactos y relaciones plásticas con Henry Moore no las negará ni ocultará nunca el propio artista, indicando además que aportará su propio pensamiento personal a las ideas de la Vanguardia. El 10 de agosto de 1954 el escultor firmará el contrato de trabajo con el P. Julio de Eguíluz, que representaba a la Provincia Franciscana de Cantabria, y los arquitectos Damián Lizaur, Sáenz de Oiza y Luis Laorga como autores y directores de las obras. Se le pagarían por su trabajo trescientas cuarenta mil pesetas y debería estar terminada su escultura exterior para el 1 de septiembre de 1955.
Jorge Oteyza se instalará en el Hostal Goiko-Venta de Arantzazu junto a sus ayudantes; Pascual Lara y Néstor Basterretxea le acompañarán en la empresa. En los muros y paredes de la Venta los artistas dejaron algunas obras y bocetos que aún hoy en día se pueden contemplar: una pintura de Rodrigo de Balzategi de Pascual de Lara y una Piedad en yeso de Jorge Oteyza.
Con el devenir de los años y de los diversos procesos, el escultor irá depurando y desmaterializando en parte sus primeras propuestas y proyectos. Se mantiene siempre una idea fija o matriz, pero sobre ella se trabaja y elabora hasta llegar a la concreción plástica que ahora se contempla. Este proceso sucede tanto en el Apostolado como en la Piedad. El propio artista lo cuenta en un documento cómo evoluciona su idea de la Andra Mari; primero realiza una demasiado románica, en una segunda acentuaba su materia, y finalmente presentó otra como síntesis de ambas, que tampoco fue la definitiva. Tras la muerte de su discípulo y amigo Txabi Echebarrieta colocará a la madre de pie, clamando al cielo, con su hijo muerto a sus pies. Esta magnífica Piedad, será la que actualmente contemplamos y por tanto la definitiva.
En el proyecto definitivo, el escultor y los arquitectos dejarán el muro vacío a la manera de los frontones vascos, ubicará al Apostolado en la parte baja, entre las dos torres, y a la Piedad rematando el frontón en la parte superior del mismo. La desnudez y el vacío del plano contrasta con la rotundidad y la potencia volumétrica de las imágenes que sobre él se instalan. Oteyza intuye y desarrolla ya en parte en esta soberbia obra la desocupación radical y abstracta del espacio que desarrollará posteriormente en sus "Cajas metafísicas", en sus "Poliedros Vacíos" y en su "Homenaje a Velázquez". La claridad y el equilibrio de toda la propuesta rezuma una clara perspectiva de futuro haciendo que aún hoy en día no pase sobre ella el tiempo.
Javier Garrido