Bajada a los infiernos
El año 1954 los directores de la Basílica de Arantzazuencargaron al escultor Eduardo Chillida la ejecución de las Puertas de acceso a la misma. El escultor donostiarra comenzaba a ser considerado como un ferrón vasco, al que el mismo año se premiaba con el Diploma de honor de la Trienal de Milán. El escultor, amigo de los arquitectos, escultores y pintores del proyecto, diseña y plasma en la Fragua de Vulcano una obra sobria y racional, geométrica y abstracta cuyos únicos referentes parecen ser el sol y la luna, algún tronco de espino y algunas cruces que inesperadamente surgen y se plasman. Eduardo Chillida doma en este caso el caos. Sabe, en palabras de Gabriel Celaya, "que hay que domar el caos, que hay que forjar herramientas; y colonizar el vacío; y poblarlo de figuras dominantes y sudando, sudando y pensando, repitiendo los golpes que llevan a más, depurando los metales destelleantes de escorias y suciedad, de materiales arrumbados, llamas gastadas, iras muertas, virutas metálicas, cansancios. Y así, sólo así, entre cenizas y chispeantes estrellas, se llega al orden secreto que surge, desde el caos, con los dioses prometeicos".
Eduardo Chillida, recién llegado de París y tras su contacto con las vanguardias europeas, se hallaba estos años (1951-1958) instalado en Hernani en Vista Alegre, villa alquilada a bajo precio por su tía Victoria Olasagasti. "La vuelta a mi tierra fue importante y emocionante para mí en este sentido. Aquí supe yo quién era. De dónde venía. Aquí, en Hernani, vi un día por casualidad, que enfrente de mi casa había una ferrería, y descubrí aquel mundo oscuro, lejano, primitivo, fecundo. Descubrí allí el hierro trabajado a golpe de martillo, distinto del hierro-bronce de las exposiciones.
El hierro que comienza a trabajar en Hernani es ciertamente otra cosa. En París había conocido el hierro de González y de Gargallo, pero ahora el hierro conocido y elaborado en la fragua de Manuel Illarramendi era de otra galaxia. Josecho García fue quien le ayudó en el trabajo de ejecución de las Puertas de Arantzazu. "Yo entonces trabajaba en silencio, también ponía música, sobre todo de Bach, que es inmenso. La música es la hermana del espacio, y éste me interesa sobremanera".
Fueron estos años duros para el escultor; él andaba tanteando, buscando, siempre lleno de dudas. Hoy recuerda esta etapa y este momento de su vida con cariño y con respeto. "La verdad es que el hierro poseía fuerza y misterio. A mí me interesaba mucho el hierro pudelado, era mejor para forjar y no se herrumbraba fácilmente. Encontraba este hierro en las chatarrerías de Tolosa".
Eduardo Chillida, tanto en esta obra como en la mayoría de las obras creadas a lo largo de su ya consolidada trayectoria, se deja guiar completamente por la intuición, en ello considera que radica la diferencia entre un artista y un técnico. El técnico ha de conocer perfectamente el resultado de su trabajo, incluso antes de realizado, el artista trabaja buscando, indagando, desconociendo a dónde va a llegar. Si el resultado se conoce de antemano, la obra nace muerta.
Chillida comenzaba ya en las obras de este período a respetar la materia en sí misma, a dejarla con su propio color, a no forzar sus leyes internas. M.' Soledad Alvarez Martínez indicará que en obras como en las Puertas de Arantzazu se da el triunfo de las angulaciones y curvaturas, la existencia de aristas vivas y el triunfo del espacio que prevalece sobre la materia. El escultor está cerca del herrero, del ferrón vasco primitivo y renacentista, creador nato que golpea y recrea el hierro con el martillo y el fuego hasta lograr sus "Oyarak", sus "Espacios sonoros", su "Música de las constelaciones" (1954) o su "Elogio del fuego" (1955).
Sus esculturas, dirá un crítico tan avezado como Schamalenbach, activan el espacio, desplazan el espacio, crean espacio. Y Moreno Galván asegurará: "Chillida eleva la materia hasta alturas sagradas, porque en ella está el barro primero de toda creación... Chillida exalta a las materias porque ellas están en el origen de la vida". El hierro, bruto e infernal de la fragua, está ciertamente en los orígenes y en las primeras obras de Eduardo Chillida. Para las Puertas de Arantzazu, situadas casi en las entrañas de la tierra, el escultor pensará en él y lo utilizará de una manera sobria y racional, adaptándose con sabiduría al marco establecido.
Las Puertas están perfectamente encajadas en el conjunto de la fachada. Resultan de un gran equilibrio clásico, nada les falta ni les sobra. En las cuatro Puertas los ritmos horizontales y verticales de las láminas de hierro superpuestas crean un espacio de geometrías estables y puras, que enlazan y se emparentan con las del Ben Nicholson de este período. Las Puertas de Chillida poseen pese a la pobreza y a la austeridad del material, un equilibrio clásico, casi griego.
Javier Garrido