Entorno y arquitectura
Los arquitectos Laorga y Sáenz de Oiza diseñan su edificio con un enorme respeto por el "topos" histórico y por los materiales, formas y luces que en él encuentran y se hallan. La nueva basílica surge exactamente encima de la anterior, aprovechándose los cimientos de 1920, pero antes hubo de desmoronarse la anterior iglesia y reducirla a cripta. También la torre salvada del incendio de 1834, de líneas barrocas, hubo de desmontarse. El proyecto, al decir de sus autores, supone un respeto al marco de Arantzazu, con la rica pincelada de su vegetación y la maravillosa disposición de luz y sombras en sus rudos peñascos e impresionantes barrancos.
El diseño arquitectónico aparece perfectamente adecuado y respetuoso con el entorno tanto físico como arquitectónico preexistente. Se respeta el acceso lateral y no frontal a su fachada principal, así como el carácter catacumbal y de descenso a las entrañas de la tierra. Se remarcan las líneas ascensionales del nartex y todos los muros laterales hacia la luz que penetra desde el cielo y se derrama en el mural de Lucio Muñoz, así como en las tres torres del Santuario. Se reintegran los símbolos fundamentales del cuadrado y el círculo como elementos ascensionales tardorromanos y medievales en el diseño total,
Los arquitectos Laorga y Sáenz de Oiza diseñan su edificio con un enorme respeto por el "topos" histórico y por los materiales, formas y luces que en él encuentran y se hallan. La nueva basílica surge exactamente encima de la anterior, aprovechándose los cimientos de 1920, pero antes hubo de desmoronarse la anterior iglesia y reducirla a cripta. También la torre salvada del incendio de 1834, de líneas barrocas, hubo de desmontarse. El proyecto, al decir de sus autores, supone un respeto al marco de Arantzazu, con la rica pincelada de su vegetación y la maravillosa disposición de luz y sombras en sus rudos peñascos e impresionantes barrancos.
El diseño arquitectónico aparece perfectamente adecuado y respetuoso con el entorno tanto físico como arquitectónico preexistente. Se respeta el acceso lateral y no frontal a su fachada principal, así como el carácter catacumbal y de descenso a las entrañas de la tierra. Se remarcan las líneas ascensionales del nartex y todos los muros laterales hacia la luz que penetra desde el cielo y se derrama en el mural de Lucio Muñoz, así como en las tres torres del Santuario. Se reintegran los símbolos fundamentales del cuadrado y el círculo como elementos ascensionales tardorromanos y medievales en el diseño total, tanto en planta, como en alzados y volúmenes. Se utiliza caliza gris y la madera como repertorios básicos retomados del paisaje y del entorno. Y, sobre todo, se trata de dar una gran sobriedad y unidad al conjunto teniendo en cuenta al sujeto individual y colectivo que acude al mismo.
Su fachada principal, incluida su torre-campanil exenta, sigue el esquema compositivo del templo medieval, aportando, eso sí, repertorios simbólico-iconográficos de gran fuerza y pureza.
La empresa Construcciones Uriarte, ayudada en parte por la comunidad religiosa, llevó a cabo el proyecto que fue inaugurado el 30 de agosto de 1955. El 11 de mayo de 1963, el Colegio de Arquitectos Vasco-Navarro otorgaba a esta obra el Premio Juan Manuel Aizpurúa por sus valores intrínsecos y emblemáticos. Sin embargo, pronto arreciaron las críticas tanto populares como cultas a cerca del conjunto moderno de Arte sacro desarrollado en Arantzazu. Para algunos sectores conservadores del país y del Estado, la obra resultaba demasiado avanzada y atentaba a los principios religiosos y estéticos al uso. Arantzazu resultaba en el páramo sociocultural del franquismo un símbolo de resistencia y modernidad para un pueblo que sentía en sus propias carnes el exilio, la represión y la cárcel, en el que no se respetaban los derechos humanos individuales ni colectivos. La crítica histórica pronto comenzó a canalizar y a prestar atención a esta obra, reseñando que había en ella contradicciones y vacilaciones, un no apostar del todo por las formas nuevas y en desuso. El año 1963, y en su obra "Iglesias nuevas en España", Arsenio Fernández Arenas asegurará que Arantzazu era obra pionera y primera de la arquitectura religiosa moderna, pero sus formas se hallaban en una línea tradicional, con cierta indecisión hacia las nuevas. Antonio Bonet Correa el año 1984 en su obra "Arte del Franquismo" reseña a la conocida Basílica de Arantzazu como una de las pocas obras a salvar por su riqueza formal ya en los finales del historicismo. Bonet asegura que Sáenz de Oiza transcribió demasiado literalmente el esquema orgánico de la iglesia construida en Viena por Dominikus Bóhm. Javier Garrido en su "Arantzazu" de 1987, remarca en esta obra la "sensación de totalidad unificada. El ámbito de un templo no es sólo el espacio material, sino la atmósfera y la evocación. La clave reside en la conjugación de la paradoja visual: por una parte, la quilla gigante invertida; por otra, la elevación trascendente a través del crucero y del ábside. Y la luz, lo mismo fluye en transparencias que se materializa en formas y volúmenes".
Ciertamente, creemos nosotros cabía un esquema compositivo más moderno y avanzado, pero ¿por qué no lo propuso Sáenz de Oiza? La propuesta está en el gozne perfecto entre el pasado y el futuro. La propuesta es de un gran equilibrio y pureza formal, de una enorme sobriedad que conecta con el entorno y con el espíritu colectivo. De hecho, la obra se mantiene magnífica hoy en día, resultando de gran sobriedad y coherencia conceptual todo el conjunto.