Elebación y gloria
Javier Garrido
La obra fue encargada a Lucio Muñoz el año 1962, tras la celebración de un concurso restringido de carácterestatal. Acudieron un total de 42 pintores de Bilbao, Hondarribia, Donostia, Pamplona, Zaragoza, Salamanca, Valencia, Las Palmas, Burgos, Barcelona, Haro, Ibiza, Madrid y Sabadell. Entre los artistas estatales, nombres tan reseñables como Eusebio Sempere, Manuel Hernández Monpó y José Luis Sánchez; entre los autóctonos, Julián Ugarte, Ramón de Vargas, José Sarriegui, Remigio Mendiburu y Javier Arocena. El jurado, que estuvo compuesto por Agapito Fernández Alonso, José Manuel Aguilar, Modesto López Otero, Enrique Lafuente Ferrari, Godofredo Ortega Muñoz, Eduardo Chillida, Ramón Vázquez Molezún, Francisco Javier Sáenz de Oiza, Luis Alústiza y Benito Mendía, concedió el primer premio de 60.000 pesetas a la propuesta del pintor Lucio Muñoz, y seis accésits de 10.000 pesetas a diversos autores, siendo el primero para la obra escultórica de José Luis Sánchez. Los artistas habían presentado previamente una memoria explicativa de su proyecto, un boceto del conjunto y un fragmento a escala natural y el presupuesto.
La propuesta de Lucio Muñoz se movía en la onda proclamada por Oteyza del "abstraccionismo naturalista".
Estos asegura se llaman también abstractos, han comenzado a viajar fuera de sí mismos, un poco agotados de no haber pensado nunca con verdadera necesidad creadora nada, esta vez no como los impresionistas buscando la luz, sino cuerpos naturales, formas de rocas y de árboles, para guiados otra vez por la idea platónica de lo Bello, representar formas no figurativas, lo no figurativo hace hoy muy distinguido al artista, extrayendo lo geométrico natural de esas formas naturales.
Pues bien, el Retablo de Lucio Muñoz se moverá en esta línea. El parte de los grandes trazos estructurales del paisaje de Arantzazu y del relato histórico sobre la imagen sagrada, y articula en torno a ella tres espacios naturales superpuestos, la tierra y el espino con la figura de Rodrigo de Balzategi y la Andra Mari, los montes y roquedales, y la parte superior del cielo. Y a todo ello lo envuelve en una luz rasante que cae de lo alto, de la sabia arquitectura de Sáenz de Oiza, y lo pinta de colores grises y azules perlinos, y ocres y negros dramáticos e infernales. Lucio Muñoz ha captado perfectamente el telurismo del paisaje vasco, igual que lo hicieron con anterioridad los Vázquez Díaz y los Arteta, y lo ha revestido con su propio lenguaje matérico y abstractonaturalista. La madera ha sido trabajada, tallada, herida y labrada, quemada, casi mineralizada, pintada. Seiscientos metros cuadrados de madera fueron trabajados por Lucio Muñoz hasta conseguir la obra deseada. En una sta al P. Pedro Anasagasti, le indicaba: "Estoy convencido plenamente de que mi obra será entrañablemente sentida por las multitudes que acudan al Santuario, y ésta me parece la mejor manera de entender una obra de arte. Por otra parte, mi obra es más para ser sentida que entendida: no hay nada en ella, ni esteticismos ni jeroglíficos de ninguna clase; todo sucede de forma tan natural y sencilla como en la naturaleza. Nadie se preguntará qué quiere decir mi obra, como nadie se pregunta qué quiere decir el paisaje de Arantzazu o el color de sus montañas". Es precisamente ese clímax de color y de paisaje, a su vez misteriosamente iluminado por las vidrieras de Alvarez de Eulate, lo que capta y emociona al peregrino y al turista. La obra se muestra sobria, desnuda, casi abstracta, cercana al realismo mágico, desde donde dimana y emerge la frágil figurilla de Nuestra Señora de Arantzazu.
Es más que posible que de haberse realizado el proyecto inicial de Carlos Pascual de Lara, de recia construcción y lleno de figuras humanas, hoy hubiera resultado ya para nuestra sensibilidad contemporánea excesivamente barroco y recargado. A aquel primer Concurso se habían presentado el año 1952 un plantel de artistas como Ignacio Echandi, Juan Aranoa, Genaro Urrutia, losé Sarriegui, Gaspar Montes, Santiago Uranga, Simón Arrieta, Agustín Ibarrola, Jesús Olasagasti, Fernández Pasajes, Néstor Basterretxea, Pascual Lara, Valentín Luis de Morguedo y Matías Alvarez Ajuria. El jurado estuvo compuesto por F. Ignacio Omaecheverría, Daniel Vázquez Díaz, Secundino Zuazu, Jorge Oteyza, Luis Laorga y Francisco Javier Sáenz de Oiza. Por unanimidad eligieron a Carlos Pacual de Lara y a Néstor Basterretxea para realizar la decoración mural de la Basílica de Arantzazu, destacando también los trabajos de Ibarrola y de Eulate, con quienes se contaría para alguna colaboración. La comisión propone que Basterretxea pinte el pórtico y Lara el presbiterio y que Eulate e Ibarrola trabajen en el pórtico lateral exterior. El definitorio de la provincia de Cantabria, al decir de Miren Eraso, otorgó a Lara la decoración del ábside y a Basterretxea la cripta, al franciscano Eulate le encargaron la realización de las vidrieras y a Ibarrola el pórtico lateral. Debido a la prematura muerte de Lara, Basterretxea quedó como el único responsable de la decoración mural.
Algunos detalles del retablo