El repertorio decorativo del Románico se mueve dentro de una decoración escasa: bolas, arquillos y sogueados. Más abundante es el Gótico que inserta labores de sogueado, dientes de sierra o zig-zag, arcos trilobulados, rosetas, discos solares y cabezas esquemáticas como las de Idiazabal, que algunos identifican con los apóstoles; siendo el campo ornamental más amplio en Deba donde la labor escultórica en piedra policromada es riquísima en tracería, repisas y doseletes sobre las esculturas. En el Renacimiento se emplean adornos típicos castellanos como la bolas, los escudos de mecenas o fundadores y los medallones con bustos. Igualmente se utilizan las conchas o veneras, y sogas; y dentro de lo arquitectónico los frontones y pináculos rameados.
En la primera mitad del siglo XVII la decoración se reduce a los elementos arquitectónicos, superficies rehundidas o cajeados o resaltados limitando los elementos, ornamentación de triglifos y metopas, pirámides, frontones y hornacinas. En la segunda parte del siglo la acumulación es mayor, utilizándose molduras gruesas y quebradas en los accesos al templo, completándose con placas recortadas, modillones, cartelas naturalistas y cabezas de aspecto demoníaco o mascarones. Todo ello se completará en este siglo barroco con formas orgánicas vegetales carnosas como helechos y palmas, flores, frutos, racimos o conchas, y angelitos como vemos en Oñati. Se observa también en el Santuario de Loiola el gusto por el color con el empleo de las piedras duras, mármoles y jaspes en paredes y solados. La escultura tiene un papel importe en el programa decorativo de las entradas de los templos, subrayando la titularidad de los edificios, como percibimos en Zegama. El empleo de las rocallas de gusto francés, toma carta de naturaleza rellenando también muchas portadas, pero en la que mayor esplendor se detecta es en la de Santa María de Donostia-San Sebastián, donde sirven de marco para tallar en piedra los atributos de la letanía de la Virgen. La libertad en el terreno decorativo es tan grande en el siglo XVIII, que se llegan a utilizar porciones curvilíneas en piedra a modo de festones en el remate o espadaña de la de Santa María de Tolosa.
Elementos decorativos de gran interés y belleza son los tallados en madera utilizados en vigas, aleros y atrios. Constituyen verdaderas obras de arte como la estructura del atrio de la iglesia de Soraluce. En general todo tipo de soporte constituyó un ornamento para las portadas, encontrándose gran variación a través de los siglos. Este despliegue ornamental se repliega a fines del XVIII, hasta desaparecer prácticamente en el Neoclasicismo, donde abundan las decoraciones incisas, las urnas o vasijas de carácter sobrio, las superficies lisas, inscripciones y en algunos casos como en el templo de Elgeta, símbolos de la letanía por estar dedicada la iglesia a la Virgen.