Determinar si los arquitectos y diseñadores de las portadas guipuzcoanas, en los siglos XVII y XVIII del Barroco, siguen en definitiva los dictámenes de la moda del momento, en los que se demanda un gusto vinculado al movimiento, a la dinamicidad, a los ritmos de avance y retroceso de los muros, es difícil de cuantificar y valorar. Sobretodo si se tiene en cuenta que las posibilidades de los pueblos, como hemos apuntado anteriormente, no eran demasiado amplias. Sin embargo, se puede decir que los arquitectos más destacados sí conocían y experimentaban estos efectos, siempre que poseían libertad de acción y los medios económicos les eran favorables. Un ejemplo de gran austeridad lo tenemos en la Iglesia de Andoain, donde Francisco de Ibero con total autonomía para diseñar el proyecto, llevado por un deseo de unificar el conjunto de la fachada del templo, prolonga los muros de la torre en sus laterales a modo de pantalla o telón uniéndolos a los porches; de esta manera consigue crear con todos estos elementos, un pórtico monumental. Asimismo, estas dos alas desplegadas describen un movimiento cóncavo, producto de una intención de concebir efectos rítmicos barrocos propios de la época.
Mucho más avanzada en este aspecto es la interesante portada de Santa María de Donostia-San Sebastián, en la que posteriormente el mismo Ibero juega de nuevo con la concavidad y la convexidad. Plantea primero el nicho de entrada, al que le sigue verticalmente un cuerpo que avanza levemente hacia nosotros; articulando más el movimiento al adelantar también las torres del muro de la iglesia.
En lo que se refiere a los movimientos de avance y retroceso, articulaciones o ritmos cortantes y quebrados de las portadas, se perciben ampliamente durante estos siglos, sobretodo en los elementos que las componen: frontones, molduras, repisas, elementos sustentantes como columnas y decorativos, como vemos en las portadas de Hernani, Azkoitia y Santuario de Dorleta.
Parece necesario aclarar de antemano, que los proyectos urbanos que se pusieron en manos de los arquitectos, no corresponden a las notables planificaciones en perspectiva que se hacen en el resto de Europa; el espíritu que los guía es más modesto. Respecto a las estructuraciones de las portadas, las más frecuentes son las colocaciones frontales coincidiendo con plazas, vías o enclaves importantes. En Santa María de Donostia-San Sebastián, a pesar de reedificarse sobre el solar de una anterior iglesia, y contar con el pie forzado de que una de sus paredes tenía que estar adosada al monte. Se concibe sobreelevada dominando las estrechas calles del primitivo núcleo de la ciudad, con tres puntos de vista o perspectivas: frontal por la calle Mayor, tangencial llegando desde la calle 31 de Agosto y bajada del Castillo; y sesgada por la calle del Campanario.
Sin olvidar la búsqueda de una solución práctica, se aprecia en el enclave de Santa María de Donostia-San Sebastián un carácter escenográfico. Según el plano de 1744 de Juan Bernardo Frosne, donde se muestra la iglesia anterior y la disposición de las calles antiguas, muy similares a la de la reconstrucción que hizo Pedro Manuel de Ugartemendía después del incendio; si consideramos al viandante que se acercaba desde la plaza Vieja al templo por la calle Mayor, contemplaría perfectamente enmarcada la gran hornacina o nicho de su portada. Siguiendo su recorrido, al llegar a la calle Iñigo Alto, se le ofrecía ya una visión más amplia: la hornacina y las torres que la enmarcaban. Finalmente en la embocadura del final apreciaría totalmente la iglesia en su fachada principal. Esto nos dice que el edificio se integra en el espacio urbano buscando diferentes puntos de vista o perspectivas. Además la iglesia y la calle se enlazan, pues el espacio exterior penetra en la hornacina o volumen del edificio; y por otro lado, la parte superior de la fachada que avanza levemente, tendría el efecto de penetrar en el espacio urbano. Esto es un recurso típicamente barroco, creándose un juego entre masa del edificio y espacio urbano.
Otra manifestación que pone en evidencia el interés por subrayar la presencia de la portada la encontramos en el Santuario de Loiola. Ya en vida del arquitecto de Oiartzun Sebastián de Lecuona, que es el que emprende la construcción de su iglesia, se planteó ejecutar un camino que uniera el pueblo de Azpeitia con el Santuario. Para ello se reconocieron y evaluaron los parajes por donde debía transcurrir; realizándose una vía o camino de conexión, que al parecer no tuvo un destacado carácter monumental. Será Ignacio de Ibero, que le sucedió al mando de la obra, el que prepare un dictamen sobre su ampliación y arreglo el año 1733. Las cesiones de terrenos del duque de Medina de Rioseco, el marqués de Alcañices y las del Mayorazgo de Loiola posibilitaron una obra de mayor magnitud. La idea fundamental que se persigue es un deseo de solemnizar y dar mayor relieve a su portada, la cual quedaría a lo lejos encuadrada con su grandiosa cúpula y torres. Esta calzada recta sufría al llegar al edificio una dilatación que formaba una plazuela o espacio divergente ante la gran escalinata del pórtico que se adelantaba. Aunque no contamos con el dibujo del proyecto, tenemos algunos detalles que se desprenden de los documentos de su construcción. Es un rasgo fundamental de esta experiencia la uniformidad del trazado, y asimismo su interés por conformar una gran vía tomando como base un eje longitudinal rectilíneo, el cual facilitó los efectos perspectívicos de visión, como final panorámico de esta monumental avenida.