Tradicionalmente el anuncio o proclamas del matrimonio, eran efectuadas por el sacerdote en la misa y colocaba un anuncio de las mismas en la puerta. Durante la primera mitad de siglo XVI en el País Vasco la ceremonia se llevaba a cabo siguiendo el Manual Toledano y no el Ritual Romano, diferenciándose ambos porque en el primero se practicaba la bendición de las arras. En numerosas localidades el acto de otorgar consentimiento mutuo y la bendición de los anillos y arras tuvo lugar durante muchos años en el pórtico de la iglesia -ante foras ecclesiae-, como indicaba el antiguo ritual. Se constata esta práctica en Zerain, donde se colocaban delante de la puerta de la iglesia dos sillas-reclinatorios de las respectivas casas de los novios para los contrayentes; y otras dos para los padrinos que flanqueaban a éstos. Mientras se llevaba a cabo la ceremonia, los invitados aguardaban en el interior de la iglesia. Después el sacerdote, tomando la diestra a los esposos les introducía en el templo recitando un salmo, y al pie del altar les daba la bendición, concluyendo el rito con la misa de velaciones. Al salir de la iglesia el pórtico se convertía en el lugar de agasajo de los recién casados, donde los dantzaris e hilanderas formaban pasillo a su paso levantando espadas, palos, arcos o pañuelos. Por ello se ha conservado hoy día, la costumbre de obsequiar a las parejas con esta tradición de danzas folklóricas, después de su enlace matrimonial en la puerta de la iglesia, con grupos de jóvenes bailando el aurresku.
Según la ley mosaica la mujer que había tenido un hijo quedaba impura, ésto la obligaba a seguir una serie de prescripciones o prácticas y efectuar algunas ceremonias religiosas antes de llevar a su hijo al bautismo. Antes de entrar en la iglesia, después del parto, recibía una bendición especial en el pórtico, que se relaciona con la presentación de la Virgen María del Niño en el templo después de la purificación. La purificación según la mentalidad judaica no se relacionó en un principio con una mancha de conciencia, sino con una impureza corporal, por ello la mujer debía restablecer su integridad y su unión con Dios como fuente de la vida. Más tarde el infringir el rito fue considerado pecado, aunque después en el siglo VII el Papa decretó que no lo era, pero la costumbre de las mujeres cristianas perduró hasta mediados del siglo pasado. El acto se efectuaba de la siguiente manera: la mujer debía acudir acompañada de la partera, familia o vecina que llevaban el niño; y ante la puerta recibía la bendición post partum en un ambiente de casi intimidad. En Hondarribia y Zerain esta costumbre se llamaba "entrar en misa", "purificación", "eliz sartzia" o "entrática". En Beasain, Ezkioga, Berastegi y otros lugares, durante el rito se iluminaba la madre con una vela.
Otro tipo de bendiciones que se administraba en las entradas de las iglesias, era la que se hacía desde antiguo al ganado y a los animales. Mucho más reciente fue el rito de la bendición de los coches, saliendo a la puerta del templo el sacerdote revestido con los monaguillos.
Igualmente fue costumbre habitual que las autoridades municipales fuesen recibidas por los eclesiásticos en los pórticos, cuando se celebraban fiestas o actos solemnes en la iglesia. Todavía se conserva actualmente esa costumbre el día de la Asunción de la Virgen, cuando el cortejo municipal llega a la iglesia para el rezo de la Salve.
Hasta el año 1970 el bautismo en la Iglesia Católica se celebraba siguiendo el rito proclamado el año 1614. Según éste, el sacerdote salía revestido del templo acompañado del acólito, celebrándose la primera ceremonia en el pórtico de la iglesia. Antes de iniciarla, el sacerdote se cercioraba sobre la parroquia a la que pertenecían y mantenía un diálogo con los padrinos; teniendo en cuenta que previamente se hacía un catecumenado. Desde el siglo IV hasta el VI, el sacerdote "exuflaba"o soplaba tres veces sobre el rostro del bautizado, como desprecio al demonio. Seguidamente se le marcaba el signo de la cruz en la frente y pecho, imponiéndole luego la mano sobre la cabeza, significando que la iglesia lo tomaba bajo la protección de Dios. A continuación se le daba la sal, anticipo de la eucaristía y banquete celestial, finalizando con esto la ceremonia a la puerta de la iglesia. Otro rito que aún se conserva a la salida del pórtico es el de las "arrebuchas", en el que los padrinos arrojaban al aire confites, caramelos, frutos secos o monedas a los niños que esperaban.
La fuerza de la tradición y las costumbres ha pesado siempre profundamente en toda Gipuzkoa, haciendo que este espacio cívico de los pórticos de las iglesias, se haya mantenido a lo largo de la historia como un escenario de transmisión de modos y ritos al correr el tiempo. La inhumación en el entorno de la iglesia dio el nombre de "cementerio" al pórtico de la misma y tal designación ha perdurado, pues al referirse a las reuniones que los vecinos hacían ante él decían que tenían lugar en el cementerio o "cimiterio" del templo. De la misma forma se conserva en el ceremonial funerario de la conducción del cadáver, que la última parada del cortejo fúnebre se hiciera en la puerta principal de la iglesia, dejando el cuerpo en el pórtico sobre una mesa o andas, en algunos casos de piedra, conocida con el nombre de "il-arria"o piedra de los muertos, como la que se conserva junto a la iglesia de San Andrés de Elosua. Mientras, se celebraban en el interior del templo las exequias fúnebres. Asimismo conocemos que las asociaciones constituidas en torno a la muerte: Hermandades y Cofradías, esperaban en el pórtico al cortejo fúnebre. En tiempos pasados fue común que los participantes en el cortejo llevaran ofrendas, y mientras las portadoras de éstas las llevaban en un cestillo, se encendían las candelas en el pórtico mientras el sacerdote rezaba el responso. Este rito se atribuye al significado de la luz que sirve para alumbrar el camino hacia la otra vida o sea viático; y otras veces para iluminar el alma en su vida de ultratumba.
Hoy todavía en algunos lugares, el sacerdote recibe el cadáver en el pórtico acompañado de algunos de los asistentes, organizándose tras un rezo un pequeño cortejo hacia el presbiterio, reliquia de la antigua comitiva a pie que venía de la casa del muerto. En algunas villas la familia más allegada no entraba a la iglesia, quedándose en la puerta con el difunto acompañadas de las lloronas o plañideras, representándose en el interior por otros familiares. Las ofrendas también se solían dejar depositadas en el pórtico, introduciéndolas en el templo en el momento del ofertorio. Fuentes históricas del siglo XVII, atestiguan que antiguamente era frecuente llevar en el cortejo como ofrenda principal un animal, generalmente carnero o dos bueyes, que iban en cabeza de la comitiva o junto al féretro, y al llegar a la iglesia, habitualmente se ataban a una argolla que para este fin estaba clavada en su pared. Esta aún existe en algunos pórticos como el de Aizarnazabal, donde traían al animal con un manteo que prestaba la parroquia y una rosca de pan en cada asta. Según la categoría de las exequias se evaluaban las ofrendas. Así durante el siglo XVIII hay constancia de que en los grandes funerales, se llevaba también a modo de ofrenda un buey vivo, y acabado el oficio se devolvía nuevamente al caserío, pagándose por su peso la cantidad correspondiente, la cual se entregaba al cura en pago de su dedicación en las exequias. En el siglo XIX cuando fallecía el señor o señora de alguna casa importante, se reiteraba esta tradición, acompañándose en los cortejos de animales: bueyes vestidos de gala con manta negra y cruz dorada, campañillas, o un hermoso novillo con flores y rosetas en las astas; también se llevaban carneros, cebones o aves hasta la entrada principal del templo. Aunque las Juntas Generales y el Consejo de Castilla intentaron suprimir este rito, todavía se tiene constancia de que en 1917 se realizaba en el barrio de Oikia de la localidad de Zumaia la ofrenda del buey engalanado a la usanza.
Después del entierro, en algunos lugares, los familiares del difunto invitaban a los asistentes a un refrigerio de pan y vino, que se servía igualmente en el pórtico de la iglesia al finalizar la misa de funeral. Tenemos testimonios de que así ocurría en las localidades de Zerain y Zegama. El ágape ritual recibía el nombre de "Karidadea". En la distribución atendían cada uno a los de su sexo, colocándose de espaldas a la pared formando un círculo, hablando en voz baja. Cuando el alcalde del pueblo, que siempre presidía el duelo, veía que habían finalizado, se quitaba la boina comenzando a rezar en voz alta, haciendo invocaciones... Este ágape ritual se denominaba en Oiartzun "amaiketako" y en Getaria "seixiak". Igualmente, se conoce que a principios de siglo XX lo porteadores del féretro, en algunos pueblos, se les obsequiaba en el pórtico de la iglesia con un plato de bacalao. En el porticado de la iglesia de Oiartzun también se rezaban responsos, los días de los fieles difuntos o ánimas tras la misa solemne, mientras las mujeres iban saliendo depositando en los bonetes algunas monedas. Se tiene incluso noticia, de que en Karrantza esta misa se efectuaba en el pórtico de la iglesia. Terminado el acto litúrgico los monaguillos esperaban que aparecieran los curas en el mismo atrio, tirando los ochavos que les habían correspondido de la colecta.