Podríamos decir que fueron las anteiglesias del Real valle de Léniz las últimas localidades en tener carretera en Gipuzkoa. Yo recuerdo perfectamente el haber ido por caminos de monte a Bolibar, Mendiola, Arenaza, Zarimutz, Mazmela, Larrino, Galarza y Apotzaga, entre otras. Eran caminos de losas, viejas calzadas que buscaban los pasos de Alava, bien a través de los cordales de Jarindo, bien pasando los altos collados de las sierras de Artia-Gaboño.
La primera vez que llegué a Apotzaga a pie lo hice desde Aretxabaleta, pasando por la ermita románica de San Blas y por la ermita de San Bernabé (hoy totalmente en ruinas). Las gentes de los caseríos de Apotzaga me solían contar que por esas rutas venían los alaveses a los mercados de Mondragón-Arrasate, y también los arrieros que llegaban de la Llanada trayendo vino y aceite.
Apotzaga es un pueblo muy pequeño, en realidad se trata de una anteiglesia de Eskoriatza. En esa barriada, junto a la iglesia de San Miguel, como mucho hay dos casas, y un poco más lejos tres o cuatro caseríos más. Desde su plaza, por encima de los espolones cubiertos de pinares, se domina la sierra de Aizkorri, los montes de Urrexola y Udalaitz, y más próximas las cotas de Asensiomendi, Murugain, y Aitzorrotz, este último peñasco dominado por la ermita de Santa Cruz, la que se dice protege todo el valle de Léniz de la tormenta y del pedrisco, y a la que se acude en romería a primeros del mes de mayo.
La anteiglesia de Apotzaga guarda un conjunto arquitectónico y arqueológico, de arte rural si se quiere, realmente valioso. Y es que en los tiempos en que nos ha tocado vivir, causa asombro el ver cómo quedaron personas que con una labor callada, desconocida para la inmensa mayoría, supieron conservar cuanto sus pueblos poseían de interés, cuidando de que no perdieran su carácter, y lo fueron colocando en distintos lugares de la barriada con una gracia y sencillez dignos de ser resaltados. En este aspecto Apotzaga es una de las localidades más destacables de nuestro territorio.
La iglesia de Apotzaga posee una portada románica, pero ya de transición al gótico. Sobre ella puede verse una ventana ajimezada de estilo gótico. Todo el conjunto, en piedra arenisca, es de una gran severidad. Restos románicos en el valle de Léniz los encontramos también en la portada de la iglesia de Bedarreta (en Aretxabaleta), en la torre de la iglesia de Bedoña (actualmente barriada de Mondragón-Arrasate), y en la portada de Gellao, entre otros restos en templos de la zona. Y es que tampoco debemos olvidar los canecillos románicos del santuario de Andra Mari de Dorleta.
Sin embargo, lo más interesante de esta barriada de Apotzaga es su cementerio. Todavía hace unos años se construyó un cementerio nuevo. Se trata de un cementerio circular, circular como las estelas discoideas. Circular como los cromlechs de nuestros collados en las montañas de la "Gran Divisoria". Circular como la cavidad del monumento levantado en el portillo de Agiña, a la memoria del Padre Donosti. No sé si habrá en el país otro lugar semejante a este camposanto de Apotzaga.
A la entrada del cementerio se ven dos gigantescas pilas bautismales románicas, una a cada lado. Ellas también están casi vacías, y sólo las ocupan las hojas de los árboles en el otoño y las gotas de la lluvia en la primavera.
Cada caserío de Apotzaga tiene su sepultura en el interior del pequeño recinto murado. En la cabecera de cada sepultura una estela con el nombre del caserío al que pertenece. Así, la vieja tradición de que casa y sepultura vayan unidas, como lo iban (y lo están aún, aunque simbólicamente) cuando se enterraba en el interior de las iglesias, se ha perpetuado adaptándose a los nuevos tiempos y a las costumbres.
Estas estelas discoideas modernas repiten en sus tallas los motivos que durante siglos han adornado las estelas de Laburdi, Baja Navarra, Zuberoa, y Navarra, principalmente, y en menor número en Gipuzkoa y Bizkaia. Han sido muchos los autores que se han ocupado del estudio de estos pequeños monumentos funerarios en el país. Respecto a su significado, la mayoría de los investigadores se inclinan por una interpretación antropomórfica en cuanto a su forma, simbolizando en ella la figura del difunto.
Una escultura de San Miguel, un calvario que antaño se hallaba en el antiguo camino a Marín, y los llares de los caseríos entrelazados entre sí, completan ese sorprendente lugar de Apotzaga cuajado de serena belleza.