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lunes 23 diciembre 2024




Bertan > Corsarios y piratas > Versión en español: La vida a bordo

LA VIDA A BORDO

La Tripulación

Entre la tripulación de un gran buque corsario la figura principal era el capitán que era el intermediario entre los armadores y los tripulantes. Decidía a la hora de entablar o no combate y hacía guardar la disciplina en el buque. El teniente de capitán sustituía al capitán en caso de enfermedad o muerte de aquel y hacía una de las guardias. El maestre de fragata supervisaba el gobierno náutico y administraba los bastimentos. El piloto dirigía la navegación y ordenaba a los timoneles. El contramaestre dirigía la maniobra a las órdenes del capitán y era el responsable del aparejo y de la protección antifuego. El guardián era su ayudante y se ocupaba de la limpieza del buque, de las embarcaciones menores y de los grumetes. En la marinería había tres categorías: los marineros, los grumetes y los muchachos; los dos primeros se ocupaban de las velas y la navegación en general y los terceros atendían a la limpieza, la comida, los cordones para los cabos y los rezos a bordo. Además estaban el condestable, que cuidaba de la artillería, los artilleros, los soldados para el abordaje, el carpintero, el capellán, el escribano y el cirujano. Existían también dos oficios típicos de los buques corsarios: el cabo de presa, que gobernaba el barco capturado hasta el puerto y lo vendía, y el veedor de la fragata, que controlaba lo que sucedía en el viaje, el comportamiento de la tripulación e impedía el fraude.
Bayona.
48. Bayona. © Joseba Urretabizkaia
Los corsarios guardaban sus pertenencias en un baúl.
49. Los corsarios guardaban sus pertenencias en un baúl. Este perteneció a un corsario y está en el museo de Biarritz.
© Joseba Urretabizkaia
Corsario vasco.
50. Corsario vasco
© Joseba Urretabizkaia
En navíos más sencillos esta tripulación se reducía a las figuras imprescindibles.
La procedencia de la tripulación era local o zonal. A veces venían de otras partes de la provincia e incluso de fuera de ella. Y los había extranjeros, como los laburdinos, flamencos e irlandeses, aunque no era lo más normal. Era frecuente que el piloto fuera francés, para actuar en la zona francesa y porque la mayor parte de la marinería euskaldun era más ducha en el aparejo y la cuerda que en el pilotaje. La mayoría no entendía el castellano, mientras que los marinos con mayor experiencia eran bilingües. Su origen social era la clase baja y sólo una minoría sabía escribir.

La vida a bordo

La vida diaria de cualquier corsario o marino vasco se desarrollaba a borde de la siguiente manera:

La marinería vivía en la cubierta. Durante el día solía haber varios turnos de guardia que eran de cuatro horas cada uno. Con la luz empezaba la faena: mantener limpias las cubiertas, repasar e izar las velas, trepar por los palos y atajar cabos. Cada media hora un grumete cantaba la hora, acompañada de un Pater y un Ave María.
El marino por la mañana recogía la estera o manta donde había dormido, estiraba su ropa, se lavaba en un cubo, desayunaba frugalmente (bizcocho, galleta, ajos, queso y alguna sardina asada), achicaba el agua que la nao había hecho durante la noche y ponía en orden su baúl o arca. Esta contenía la vestimenta de cualquier corsario o marino, compuesta por camiseta de lana, blusa, calzas, capuz o cogulla, tal vez una capa corta y un bonete. Cada cual vestía a su manera y sólo los marinos vascofranceses conocieron el uniforme a partir del siglo XVII. Los capitanes y oficiales vestían con más elegancia.
Para satisfacer sus necesidades naturales, se defecaba u orinaba sobre el mar, para lo que se cogían de las cuerdas del aparejo o de la tabla que pendía sobre las olas y la llamaban "Komunak" o "los jardines".
Baraja de la casa J. Barbot. San Sebastián, siglos XVIII y XIX.
51. Baraja de la casa J. Barbot. San Sebastián, siglos XVIII y XIX. © Joseba Urretabizkaia
Útiles de cocina.
52. Los útiles de cocina utilizados a bordo en las naves corsarias no eran muy diferentes a éstos.
© Joseba Urretabizkaia
La única comida verdadera y caliente era la del mediodía, para lo que existía un marinero o cocinero a quien se permitía guisar en unos enormes calderos de hierro, colocados sobre una lumbre al descubierto. La comida era abundante pero monótona. Se utilizaba aceite, ajos, alubias, habas, garbanzos con cecina, tocino, bacalao o sardina en salazón, carne salada, bizcocho o galleta de harina de trigo, todo ello almacenado en la parte más seca de la nao. La miel sustituía al azúcar y el vino estaba racionado por hombre y día por ser caro. Cada cual recibía su ración de rancho en una escudilla de barro o en un plato de madera; una cuchara de madera y un puñal completaban la vajilla. La hora de comer era la hora de bullicio.
Se dormía también en cubierta, cada uno en su rincón. Sólo el capitán tenía una habitación particular, y esto en los últimos siglos del corso. Además no existían camas, sino hamacas.
También se hacían turnos de guardia por las noches y antes de ello se convocaba a oración. Luego cada media hora sonaba una tonadilla ritual y cada hora se cambiaban el timonel y el vigía.
La falta de higiene, el hacinamiento en cubierta y la monótona comida eran excelentes semilleros de enfermedades. La mala nutrición les daba una precaria resistencia a las enfermedades y el peligro de morir de una epidemia a bordo era muy grande. La enfermedad más común era el escorbuto, aún sin descubrir, que se debía a la falta de vitaminas. Sólo los oficiales tenían provisiones particulares (higos, pasas, mermeladas, uvas,...) que contenían ciertas dosis de las necesarias vitaminas. La sífilis fue otra enfermedad muy común, con una especial virulencia en el siglo XVI.
El barbero solía ser la persona entendida en enfermería a bordo. Gran parte de su trabajo consistía en extraer objetos, cicatrizar, cauterizar y coser o cortar miembros. El tratamiento consistía en sangrías, medicinas vegetales,... y el equipo lo componían el mortero, las especias, el tallador, las hierbas medicinales y el aguardiente.

La disciplina y los prisioneros

En los buques corsarios vascos no se podía condenar a muerte a los marineros por muy grave que fuera su falta. De manera que libres del temor a los castigos duros, o más extremos, los tripulantes mostraban muchas veces una gran indisciplina. No obstante existían castigos, como el paso por debajo de la quillas, que a veces equivalía a la pena de muerte. Frente a ellos, los vascofranceses eran más duros en las costumbres y en los castigos, existiendo el castigo corporal y costumbres de iniciación (atar al recién llegado al mástil y golpearlo) que, pese a ser prohibidas por las autoridades, subsistieron. Al asesino se le ataba al cadáver de su víctima y se le arrojaba al mar.
El trato a los prisioneros era benigno, si éstos eran europeos. Se libertaba a quienes no hubieran ofrecido mucha resistencia, dándoles bastimentos, y se les quitaba los bienes a los que habían peleado bien. El castigo era para los que habían intentado volar su propio barco durante la lucha y consistía en la horca, aunque más tarde, se utilizaron los latigazos.
Grabado representando a un marinero echado al agua.
53. Grabado representando a un marinero echado al agua repetidas veces desde la plataforma de popa, a otro marinero pasado por la quilla y a un tercero cuya mano ha sido clavada al mástil con un cuchillo. © Joseba Urretabizkaia
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